La carne es triste ¡qué desgracia! y yo he leído todos los libros.
¡Huir! ¡huir hacia allá! Siento que los pájaros ya están ebrios de
tanto estar entre los cielos y la espuma desconocida del mar.
Nada, ni los viejos jardines reflejados en estos ojos,
podrá detener a este corazón que se echa al mar
¡Oh, y las noches! Tampoco la claridad desierta de mi
lámpara en el vacío papel defendido por lo blanco
Ni la joven que amamanta a su hijo.
¡Partiré! Barco a vapor que meces tus mástiles,
¡leva anclas hacia una naturaleza extraña!
Un Hastío, devastado por crueles esperanzas,
¡cree todavía en el adiós supremo de los pañuelos!
Y los mástiles, invitando a las tormentas, sean quizás
de esos que un viento gira hacia los naufragios
Perdidos, sin mástiles, sin mástiles ni islotes fértiles…
Pero, ay corazón mío, ¡escucha el canto de los marinos!